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HABLA CUANDO SEA NECESARIO 1


Una de las legítimas preocupaciones que podríamos tener en nuestra vida de fe es ¿Cómo hacemos, una vez que salimos de la amargura, para mantenernos sin recaer y vivir en un estado permanente de perdón? Pues aunque más del 90% de las personas son fácilmente irritables, se enojan, hieren y viven con amargura; estamos llamados a poder vivir inmunes a las ofensas y el punto crucial es que avancemos hasta un momento determinado (no muy prolongado) a ese estado de perdón. El pecado está en irse a dormir con la ira dentro de uno, dejándolo sin arreglar; mientras que la sabiduría verdadera nos obliga a vivir inmunes a ello.

Es necesario que veamos los puntos más relevantes al respecto y el punto de partida es vivir conociendo y respetando a Dios. Para nosotros la santidad es el camino y el estado permanente de constante lucha y superación del pecado. Por otro lado, se trata de caminar sabiamente, como la perla y el tesoro escondido y, veremos que surtirá resultados impresionantes en tu vida y en tus relaciones inter personales. Para ello, la humildad y la empatía siempre serán los pasos previos; y si la empatía “es ponerse en los zapatos de otra persona”, necesitamos de ella para cortar una serie de molestias y ponernos en el lugar del ofensor (“en sus zapatos”) de modo que disminuimos y diluimos su ofensa; aunque algunos sigan ofendiéndose hasta por la forma que le miraron. Necesitamos de esa comprensión empática para que exista un verdadero perdón, porque la empatía es vivir participando de manera efectiva en la realidad de otra persona y lo efectivo es meterte en los sentimientos de la otra persona para saber qué está provocando dicha conducta.

Vivir sabiamente es vivir empáticamente con el resto del mundo y el sabio, por ende, será siempre cortés, amable hasta con su peor enemigo, siempre quiere aprender, tiene dominio propio, controla sus impulsos y emociones. El necio, en cambio, es áspero y rudo, está a la defensiva, no socializa con los demás y tiene cosas dentro, siempre está hablando y quiere tener la razón sustentando la verdad a todos (Proverbios 6:2), se creen consejeros de todos y creen que su inteligencia se basa en hablar; mientras que el sabio es hombre de pocas palabras y es sereno: no dice todo lo que piensa sino que piensa todo lo que dice (Proverbios 17:27-28), pues hasta el tonto que se calla es tomado por prudente (v. 28). Muchos creen, por ejemplo, que para ser un buen comunicador hay que hablar bien y hasta estudiar oratoria porque “no le sale nada y se le traba la lengua”, pero es una verdad a medias porque para que una persona sea un extraordinario comunicador debe-saber-escuchar-bien y el problema radica en que, como nadie nos ha enseñado a escuchar, vivimos en las trampas de nuestras propias palabras.

Todos somos inteligentes y hablamos de lo que conocemos, pero el sabio sabe callar para escuchar y aprender lo que todavía no conoce. Falta gente que sepa oír y el mundo sería radicalmente distinto.

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